Lorena Reséndiz Mendoza
Lo que debo contarle a Ella (Ela).
23 de agosto de 2021.
Mi colaboración esta semana, es una reflexión sobre aquellas cosas que debemos decir a las personas especiales que llegan a nosotros, nos guardamos palabras, historias, anécdotas y cuando nos mudamos de esta vida, aquello que debimos contar, se van con nosotros, a donde vamos, no nos sirven, en cambio si las contamos, más de una persona sabrá de quién fuimos, lo que somos, lo que hicimos y la huella de nuestro ser permanecerá indeleble.
“Debo contarte Ella, que el libro que escribí hace muchos años, justo el día en que nací, tiene ya muchas páginas escritas, algunas desgastadas por el tiempo, otras, aún están en blanco, tienen más vivencias que registrar.
No nací en un castillo, no soy oriunda de París, tampoco me trajo la cigüeña, llegué a la vida en un hospital, una fría mañana de invierno, eso sí, fui bien recibida, entre cantos y mañanitas se perdió mi primer grito de guerra, el repique de las campanas, el alba de cohetes me dio la bienvenida, doce de diciembre y a vísperas de navidad, me acogieron unas manos fuertes, un atlante de piel de obsidiana sonrío al verme y estoy segura que supe desde ese momento que era mi padre, mi madre era menudita, de ojitos pequeños, de sonrisa linda, así, como la tuya, bondadosa, inocente y la mejor cocinera del mundo.
Hoy te contaré que renuncié a ser princesa, y te diré por qué: las princesas viven en reinos mágicos, yo viví en un mundo real, las princesas, al menos las que viven en los cuentos nunca comen, yo comí fruta verde, tortas de chile y de plátano, espiaba a las gallinas y me comía sus huevos; las princesas usan zapatillas de cristal y vestidos vaporosos, no pueden ensuciarse, yo, usaba zapatos de tres correas, los favoritos de papá, y no, no creas que eran bonitos, de hecho eran bastantes feos, pero eran los únicos que aguantaban que me metiera con ellos a los charcos, que trepara a los árboles, que los lanzara como proyectiles y que duraran una eternidad.
Las princesas no traen las rodillas raspadas, no saben jugar canicas, tampoco saben jugar al cinturón escondido, ni a la roña, ni a las traes, no saben lo que es bañarse en el río, subirse a la torre de la iglesia para tocar las campanas y rezar como castigo solo un Padre nuestro ¡El único que me sabía! cuando la penitencia decía que debía rezar diez.
¡Qué suerte que no fui princesa! Me gustaba subir al columpio, correr tratando de atrapar las mariposas, soltarme el pelo, mirarme al espejo y soñar, espantar a mamá subiendo al pozo, pelearme con los chiquillos a trompadas, a patadas y nadie me pudo ganar. Tocar los timbres de las casas y correr con el corazón en la lengua, por el miedo y la emoción. Sabes, deseé romperme una pierna, un brazo, solo para que me pusieran yeso, o andar con muletas, a pesar de los intentos, no lo logré, seguro es por los rezos de mi madre, por el ángel de la guarda que lo traía como loco, pero me supo cuidar muy bien.
No conocí a mis abuelos, supongo que debe ser maravilloso, creo que son seres mágicos, me hubiese gustado que me contaran cuentos, que me llevaran de la mano, que me acompañaran en mis travesuras, tampoco conviví con mis abuelas, de ellas, hubiese pedido que me hicieran galletas, pasteles y me acompañaran a dormir, no tuve primas cerca de mí, sin embargo, mis hermanos eran mis compañeros de aventuras, juntos éramos algo así como un campo minado que no sabes dónde va a explotar.
Me gustaba ir a la escuela, aprendía rápido, eso me permitía vender las tareas, traer a los niños detrás de mí, tenía novios en el recreo y me divorciaba al terminar las clases, claro que papá no lo sabía, no quiero imaginar lo que hubiese pasado, intenté ser vagabunda, pensaba que vivir así era fácil, hoy caminas por alguna ciudad y mañana despiertas en otra, no te preocupas por bañarte, toda tu ropa cabe en un paliacate, vagas por el mundo sin reglas, sin tiempo, desistí de esa genial idea cuando vi a un vagabundo comer de la basura y con un olor como si se hubiese tragado mil zorrillos juntos. Intenté ser monja, pero eso de guardar silencio, de rezar y rezar no se me da. Después me dio por escribir cuentos, y no lo hice tan mal, me di cuenta que contar historias entretiene, divierte, te invita a pensar e imaginar.
Hoy, Ella, quiero contarte que soy feliz con tu llegada, que quiero compartir contigo mis historias, contarte cuentos, llevarte a dormir, no me pidas que te hornee galletas, ni decore pasteles, ni te borde vestidos, eso a mí no se me da, pídeme que brinquemos en los charcos, que juguemos en la lluvia, quizá, intentar ser vagabundas en la modernidad, quiero contarte mis secretos y quizá, cuando seas grande, me mires y te digas, ¡Que abuela me vino a tocar! y llenes las páginas de un libro, que ya no podré escribir, pero tú las contarás”.
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